sábado, 12 de noviembre de 2016

Laura Fuksman

LAURA FUKSMAN nació en Buenos Aires, en 1970. Es médica. Instructora de Movimiento Vital Expresivo, coordinadora de Grupos y talleres con Recursos Expresivos del Sistema Rio Abierto. Amante desde siempre de la música y la literatura. Es cantante. En julio de este año publicó Hostal Klezmer (Ed. Zindo & Gafuri), su primer poemario.


















***


No sólo el pan se vuelve cotidiano.
Con el mismo asombro
que los verdes búhos de traje victoriano
descifran mis trazos
en la pequeña libreta
traída de África
con el mismo asombro
escucho el albedrío de mi voz
y las palabras con las que soy dicha.

***


No sólo el pan se vuelve cotidiano.
Como si no alcanzara
el metódico estertor
de estornudar la decadencia
volvió la niebla,
mi osamenta sibilante,
mi pasado anfibio
sin manto ni albergue

no debo levantarme aún.

***


vuelvo a vestirme
de blanco
si lo onírico escapa
del edredón en retazos
vuelvo a vestirme
sin permiso
vuelvo de blanco
con dificultad
a lo desecho
y al desencanto
de blanco vuelvo suceso
vestirme de próspera grieta
tesoro de nívea ilusión
vuelvo a vestirme
de blanco
a vestirme virgen
mirra entre mis cactus
sin terrazas hinojos,
jesuses ni magdalenas
vuelvo
a vestirme
de blanco
inmaculada.-








jueves, 5 de mayo de 2016

Raúl Tamargo

Nací en Buenos Aires en 1958; de la fecha no me quejo, pero del lugar inmediatamente me sentí arrepentido. Para ser bibliotecario, tuve que ser antes librero, y antes comerciante y antes artesano y mucho antes Maestro Mayor de Obras. Con esos oficios me gané la vida; escribiendo, la sentí un poco más cálida y luminosa.
Publiqué un libro de poemas, Los otros cómo juegan (A Capella, 1995) y me publicaron una novela infantil, Por la ventana de Sol (Libresa, 2001) y un libro de relatos brevísimos, El hilo del engaño (Alción, 2014). Estos poemas están inéditos aunque tienen ya algunos cumpleaños encima.



























Mayo de 2010



recuerdo una vez
en un viejo país
a un cachorro con sombra en el bigote
dando vueltas al obelisco
y a las niñas con sus formas recientes
la noche era una puta repentinamente disponible
imaginábamos la vida como un género sin uso
en uno de cuyos pliegues los reyes lloraban
y nosotros sobrevivíamos sin dinero
luego llovió interminablemente
cada breve aparición del sol nos mostraba
pedazos de maderas en la orilla
las cuentas no cerraban
siempre eran menos las balsas que nosotros
y por momentos no pareció haber
sino naufragios sobre las notas de nuestras canciones
cada uno de nosotros sabe
qué velas con qué fuegos cuánto tiempo
qué oraciones sin credo qué corajes
qué votos puso para que cuarenta años después
bajo el techo de una pródiga noche
multiplicada la manada alrededor del obelisco
la vieja canción se hiciera viento cierto
soplo sobre los ardores de las llagas
tornado sobre la línea de los reyes
hilos entre las manos de casi todos



Malabares



alguien da pelea
entre dos luces verdes
entre dos direcciones
entre dos tiempos inciertamente valorados
nadie regala una moneda porque sí
porque si fuera un rostro de dolor impostado
o una muleta verdadera o falsa
o un violín rumano
o los restos de una esponja sobre el vidrio
nadie paga para llevarse nada
alguien tiene una luz de fuego
y cree que es algo
tres malabares en el aire
allí van
una semilla verde
una semilla seca
una semilla hiriente
han dibujado sus estelas en la tarde
de nadie a nadie se extiende una moneda
alguien se lleva algo en su palma vacía
(¿una sonrisa en la noche reciente?)
(¿un fiel débil que se yergue vertical?)
el mínimo comercio es campo de batalla
y un susurro de amantes
(copulando en tiempos de luces amarillas)
cuya canción de semen
suena en los días de la supervivencia
ellos no lo saben
malabares de fuego
por delante de las luces rojas



Mi amigo negro



tengo un amigo negro que huele a sábanas y relata turbulencias marinas
tiene andar de barcos y manos de reptil
organiza el aire de mi casa en un instante
mi amigo negro es una fiesta y una máscara
yo le digo que sus caderas (que se mueven cuando su boca habla)
lo han despedido
que él ya no está por aquí
sino en alguna banquina de un paraje perdido
él se vanagloria de su pasado monárquico
dice pertenecer a una dinastía del congo
yo le digo que toda monarquía es igual a la cabeza de luis xvi
entonces cambia de conversación y se quita los zapatos.
las tumbadoras estallan en su boca
y bailamos en casa como figuras rupestres
mis hijos nos contemplan con una sonrisa
-tu amigo negro –me dicen cuando la tarde es aburrida
y trae a sus bocas cualquier proposición
yo les explico que se trata de uno de los apóstoles
y que deberían mirarlo con cierta devoción
mi amigo negro ya está invitado a la última cena



Los monos del zoo



en el zoo hay un lago
en el lago, una isla
en la isla, monos
pequeños monitos para la observación
comen bananas
se masturban
suenan como a risitas
pasan largos ratos colgados de los caños
los han entrenado profesores de heráldica
ingenieros de grabación
sexólogos
han sembrado en sus cabezas piojos eléctricos
en sus cuerpos, camisones a rayas
en sus manos, navajas
aprenden pronto
(la evolución genética y esas cosas)
a ser monos del zoológico
no hay escuela que no acerque a sus niños
una vez, al menos, por allí
algunas lo hacen todas las semanas
los alumnos, de regreso a las aulas
escriben composiciones que
invariablemente
contienen la siguiente descripción:
los monitos hacían pis por los ojos
y llenaban el lago con manchas amarillas
y el sol brillaba en esas manchas
tan fuerte tan fuerte
que uno se quedaba ciego
invariablemente
los maestros observan este párrafo
como un exceso de fantasía infantil
proponen cambios del tipo:
los monitos han aprendido pronto
a divertirnos con sus juegos
siempre inocentes
siempre con una pizca de alegre travesura
entre la convención y la inconvención
los monos navegan las aguas verdes
inconveniente mente
según puntos de vista

















lunes, 11 de enero de 2016

Diego Vdovichenko

Nació en Rosario del Tala en 1985 pero creció en Bahía Blanca. Da clases de prácticas del lenguaje en escuelas públicas de La Plata. Publicó Hasta acá (La Propia Cartonera, Montevideo, 2012) , Creo en la poesía (Ivan rosado, Rosario, 2015), Las Piedras (Gog y Magog, 2015), Volver a la escuela (Club Hem, 2015), La canción que más nos gusta (Neutrinos, La paz, 2015).

















Una pelota de fútbol a medianoche


qué hace una pelota de futbol quieta en el medio del patio?
es para notar el pasto verde
qué hace vestida de celeste y blanca?
es para hinchar por un club
cuándo fue pateada por última vez?
dicen que el mati hoy le estuvo dando
tiene amigos?
si, el mati
le gustan las plantas?
solo las que lastimó
tiene casa?
si, abajo de la parra
cuántos años tiene?
cinco
dónde nació?
en china
habla?
poco
qué dice?
gol



Pura suerte


El invento de la culpa te debe hacer sentir mal.
Hace un tiempo pensaba que el reencuentro existiría:
allá, en esa imagen, estábamos sanos tranquilos, puros.
Las cosas parecen suceder en los momentos que se creen
justos,
como pastillas en la boca que arrastran los sonidos
de la superficie dura moviéndose entre los dientes.
Oíme,
esto que escribo, nada tiene que ver
con lo que siento, es
algo más racional, porque ayer
Tiro salió campeón y mi hermano
me contó que va a ser papá. Todo el barrio fue una fiesta.
Lo que ahora escribo
nada tiene que ver con la razón,
es pura suerte: estoy
a punto de viajar al mismo lugar
al que viajé antes de verte
por última vez.
La suerte y la razón parecen afluentes necesarios
para convivir entre nosotros y lo que imaginamos.
encontré algo más anotado por ahí:
Los verbos que implican fenómenos meteorológicos
no requieren la existencia de un agente propiciador de la acción:
nadie llueve.”





Árbol




soy un árbol quieto
alto
frondoso
esta vez vas a poder decir
olmo
abeto
gomero.

Estoy acá
para que hagas de mi tronco un color
que crezca en la tierra plana
desértica
como esta hoja

¿Tiene mi verde tu voz?

podés imaginarme completo
cerca de un río
con familias de pic nic
o lejos de todo
en la soledad del sur
entre las piedras y los pastos

vengo a llenar de bosque tu cabeza
de madera, raíces y ramas
frutos tendré para cuando gustes comerlos

¿será que somos un puñado de historias?

En el horizonte el cielo claro,
el sol como una mancha,
las nubes que no están,
rejas en la ventana de la siesta.
el calor húmedo del barrio
y mi cuerpo enraizado a la tierra
que es el pasto
las huellas
los bichos.

Vení, sentate acá cerca y contame algo
tengo miedo de quedarme dormido











domingo, 27 de diciembre de 2015

Sandra Pasquini

Sandra Pasquini (La Tana) nació en Rosario donde cursó la carrera de Abogacía. Ha escrito diversos artículos para publicaciones extranjeras y en nuestro país para un semanario político de izquierda. Participó junto a otros escritores inéditos difundiendo y publicando libros entre los años 1998 a 2000 en un proyecto de literatura itinerante de edición amanuense y artesanal llamado “Quipus” , proyecto único en su tipo, que no ha vuelto a repetirse. Publicó en 2001 “Otro sol”, edición de autor, en lo que fuera un trabajo de mínima tirada experimental; en 2007 “Compás de espera”, editorial UNR; en 2014 “A mansalva ”, editorial Textos intrusos; tiene dos libros de poemas inéditos y otro de próxima aparición.




















Caigo desnuda
de su boca
tumbada sobre el rastrojo de mis muertos
animales que cortan el aire de tu aliento
vienen en la noche
cuando las lámparas apagan su destello
pueden tornar sobre la herida
reiterar perpetuamente el tajo
para decir el hambre con los ojos
el coagulo negro que oscurece la pupila
el deseo invertebrado lamiendo las costillas
todos los nombres se repiten
el tuyo siempre amortajado
el lecho extinto de algún río
el contrapunto de tus labios
volver así sobre los pasos
a instancia del vacío
ahora que otra voz nombra todo lo acabado.


*


¿Cómo entra la muerte así por la ventana?
con su pulmón de fango
degollando la madrugada
con su avidez de tragaluz
con el hijo amortajado colgando entre las piernas
ahora viene
de Agosto imperturbable
avanza
con un ramo de fuego sobre el pecho
con su medio cuerpo de loba
desbaratada
enciende las quemaduras de la noche
finge ceguera de cíclope
guarecida en tu osamenta
escarba palabras para decir el ataúd que te nombra
enardecida
abandona tu rostro en los espejos.


*


Soy el lobo hambriento de Mankell
tras tu rastro de sangre en la nieve
una marca incierta al filo de la muerte
un fragor nocturno gastando el cuerpo
en la helada fiebre
los ojos vacíos del muerto en el espejo
el hueso roto de par en par bajo la carne
un destello apenas
un obús dentro del pecho
el desaliento infinito anclado a las costillas
supliciada por las horas
atravieso abierta la madrugada
con un estilete bajo la lengua.



*


Te veo apareciendo
fulgurado
-remoto destellando-
flores de cerezo caen de tu pelo
cuando la noche entera se preña de tu cuerpo
y estallas
contra la barda corroída de mis huesos
en la afiebrada oscuridad de los desiertos
y nuestras bocas
dos inmensas flores negras en sus tumbas
dos oquedades eternamente abiertas
a instancia plena de la furia
fustigan la carne de lo amado
y profanan sin piedad el amor bajo la lengua.


*


Encendías la memoria como una última lámpara
robabas palabras en jardines
donde la perduración era más que un rito
el criminal huidizo de los sueños
copiabas uno a uno los rastros del fulgor sobre la escarcha
el único canto aferrado a la noche
entre los dedos temblorosos de la muerte
desordenabas el camino hasta mi cuerpo
en un lenguaje imprevisible
desobedecías la remota fe
en los terraplenes
donde se desbarata el amor por menos que la vida
repartías jirones de alma
como sorbos de luz entre los muertos
alguna que otra madrugada.


*


Debajo del vestido
llevo apretadas las siete letras de tu nombre
igual que se lleva a un muerto
bajo el peso agobiante de Febrero
te llevo anclado a la cadera
ungida tu frente con mis sales
con mi sed remota
en mi boca se agita un animal oscuro
un presagio impostado en la voz.
regurgito las palabras sobre la mesa
no se pronunciar el nombre de los días
me quedo dormida sobre los huesos de tu pecho
y sueño que han matado a alguien igual a vos
en un oscuro cuarto de hotel
me despierto creyendo
que son tus manos
las manos del muerto en mi pelo
presiento tus dedos bajo mi falda
como se presiente al ladrón
en la oscuridad agazapado
la carne se abisma sin respuesta
los animales del miedo mastican pedazos míos
y afuera todo lo que llueve
es tu voz
contra los cristales de la casa.


*


Este ejercicio de nombrarte
cuando el olvido se acerca peligrosamente a los filos
me está cortando la lengua.


*


Empujábamos la muerte
con falsa distracción
con impostada alegría
algunas noches
comíamos mendrugos del amor perdido
engañando al tiempo
escondidos
detrás de algún encantamiento
cortábamos las bocas en idénticas mitades
con besos filosos como cuchillos
y arrojábamos certidumbres al fuego
sólo manchas de luz
alguna leve transmutación
retazos de un odio primitivo
desesperados
con obsesión
empujábamos la muerte algunas noches
como un aplazamiento de la herida.


*


Son más de las cuatro
estoy aquí
buscando una alternativa
a la absurda obstinación del lenguaje
pienso en tus sospechadas sombras
en cada uno de tus disfraces
en esa carcajada frágil
a punto de hundirse en el atardecer
tengo el paladar lastimado
de tanto chocar con las palabras
estoy aquí
recontando las formas que inventa el silencio
con esta certidumbre dibujada a lápiz
en unos minutos más
va a sobrevenir el hartazgo de pensarte
y voy a trazar un círculo pequeño
con mi dedo índice sobre el papel
para encerrar las siete letras
que dicen tu nombre
y sigilosa
impune
y deliberadamente
aplastarlas contra el olvido.


*


Aferrada a la espalda de la muerte
con la palabra en pedazos
cruzo la noche
me incrimino en sus ausencias
ejerzo con furia mi destino de desesperada.



Del libro "A mansalva"





lunes, 21 de diciembre de 2015

Cuatro poetas: Yamil Dora, Laura García Del Castaño, Diego Roel, Hugo Zonáglez

YAMIL DORA























8



habría que saber matar
en seco cualquier diciembre

dejar crecer el silencio

pegar un salto hacia abril

si tuviese enfrente algún dios
y con él hablara sentado

le haría oler un enero

su horrible olor a morir



22



veo un hombre solo
que va
camino del cementerio

no lleva flores
ni pan

el vino lo lleva adentro

quien vio morir

quien ha visto

la muerte no tiene dueño

quien vio besar esos labios

quien hizo de un río el fuego

veo un hombre solo
que va

un hombre solo sin dueño

un barco lo espera
y el mar

la muerte la lleva adentro



34



mi abuelo vivía en Homs
Siria
cinco litros de sangre vinieron en barco
vengo de ahí
de las calles de Homs que caminaban
mi abuelo
mi abuela
nunca me sentí menos que otro hombre
ni más que otro hombre
siempre me sentí menos que un niño
un hombre que muere en Homs
puedo ser yo
un niño que muere
mi hijo
un anciano
mi abuelo
de Homs a Casilda
hay mucho que andar
mi abuelo
se llamaba Wasfi
mi mamá me puso Yamil
para que no me olvide
para que todos sepan
del lugar donde vengo



38



a mi abuela Lalá



podaron el árbol
que a vos te gustaba

se acerca el verano
y tu sombra no está

se acerca el verano
y yo sin raíces

me acerco a tu tumba
y no sé a quién rezar



45



paso por alto el dolor
me levanto cansado
no puedo dormir
abajo Lalá
el Toto
la Mary
cada uno dejó
su rincón
su secreto guardado
a mí
todavía me empujan los vientos
me lleva el amor
puedo salir
y volver
puedo empezar y llorar como un niño
ese de arriba
el que no tiene placa
ni fecha
ni nombre
ese nicho es el mío



Yamil Dora (Casilda, Santa Fe, 1971), Un hombre encima del mar. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2015.

--

LAURA GARCÍA DEL CASTAÑO





















los demonios del mar

cada día que asistí
a la defunción de un hombre o de un atleta
cada noche que arrojó
mi vida al fuego o al ensayo
la desilusión que me arrastró en su oleaje
los fuegos que estallaron en China
para ahuyentar a los demonios del mar
tan semejantes a la detonación de una mujer cercana
el picaporte gastado
por un antiguo instinto de huir
el chofer que anunció los cinco minutos finales
Chopin, que me acompañó en cada viaje
las hileras de árboles
que advertí sólo de regreso
las tardes que pasé a los seis años
cuidando esos cachorros
o las horas que paso aquí
centinela de lo perdido
han sido por desandar
por no ser domesticada
delirar un salmo
leer en voz alta algún pronóstico
el mate que mi padre dejó cargado esa mañana
su amigo ferroviario
en el trencito del parque Las Heras
la desolación que pude ver en sus ojos
ha sido desandar
ayudar a no rendirse
subir al podio que no premia
nadar tras los demonios del mar
encandilar a los cachorros de la desolación

los minutos finales
de un viaje y los nocturnos
la hilera de árboles
que advertí sólo de regreso
el tren más inofensivo de una vida
en el verano del 86
el ferroviario que miraba
sin llegar más lejos
su esperanza huyendo
por esas vías cruciales
el picaporte que alguien gastó 
por desandar y no ser domesticado
todo ha sido desandar
y no ser domesticado
asisto a la defunción
de un hombre o de un atleta
ensayo la detonación
de una mujer cercana
predico un nuevo gran pronóstico
hago estallar los fuegos del mar
para ahuyentar a los demonios del amor


afuera aúllan los lobos
salir de un cuarto deshecho
mientras afuera aúllan los lobos
andar con algo menos, como arrancado
ordenar los poemas
mudar lo que resta entre nosotros
comprar peces, cortar el jamón
advertir una nitidez esclava de lo perdido
rompo la camiseta que me regalaste
uso su manga para limpiar los muebles
arruinados por la obsesión que el tiempo
tiene con nosotros 
queremos lo que no hay
y tironeamos de los demás para que ocupen ese traje
¿somos estadías en la ausencia o somos el rastro?
estas noches tienen las facciones de lo eterno
soñé con el infarto de mi mano izquierda
soñé con el techo de ese hotel
reflejando nuestra fiebre
te abrías como una flor carnívora
adentro raspabas
como las uñas de un muerto
soñé que el dolor tenía la profundidad de un pozo
donde se ahogaba alguien llamado Oscar
desperté
escribí la palabra llave para liberarme
miré una vez más tus fotos
la de tus pies
tiene tal placidez
que nunca pude advertir que huirías


el amor nada como un hombre a punto de hundirse
                                     
una miga filosa en la cama nos muerde
algo peligroso flota en el té
el calefactor golpea a las arañas pacíficas
dejé un texto sobre la mesa,
junto al pan y los remedios
hay algo en él, a fuerza de ajustar
con austeridad y encanto 
el centímetro de ruedo que cortar
a la manga de un saco luminoso
pero ¿qué no corté aquí
qué vísceras no ajusté
qué terquedad de telas te vistieron
o qué sobró en este traje?
¿qué palabras malditas dijiste anoche
que en mi estómago la huella de tu pie está ardiendo?
mi corazón se enciende ante los vientos de agosto
los vientos de agosto conducen
a cien kilómetros por hora
arrastran los incendios
nadie se da cuenta hasta que el fuego
llega hasta su casa
llega hasta el ganado
despierta a quien dormía
dormía cuando llegaste
intenté frenarte con austeridad y encanto
golpearte como el aire del calefactor 
a las arañas pacíficas
intenté que te dieras cuenta
pero todo será igual
yo saldré y tú habrás vuelto y así estaremos
nadando de punta a punta en el mismo estanque
hundiéndonos en la mitad de las conversaciones
sin poder descansar
ni secarnos al sol de alguna tregua
sin poder contemplar la luna ni las costas
ni la balsa color turquesa
ni el tiburón aterrado por nuestras disputas
nos perderemos erráticos y cabizbajos
en esa última burbuja que escapa
de lo que al fin acaba
por ahogarse


a la altura de tu corazón

que no estuve a la altura de tu corazón 
que soy un alma oscura marchitándote
que mi nombre es largo y pretencioso
que tus labios no venían cansados ni sedientos
apenas si fui tu primera constelación 
el segundo pecho que has bebido, un oscuro marcapaso
que no pudimos concebirnos, fecundarnos
que este amor ha sido armado, intencional
el nudo en tu pelo rojo
lo desnucado, lo torcido
que desteñí tu camisa
rayé el disco del adagio
que no te mostré el mar
con la rama de espantar los perros
que todo lo que escribo
es animal, salvaje y velocísimo  
y que vos te lo has montando
en mi cara
para huir



Laura García Del Castaño (Córdoba, 1979), Los demonios del mar. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2015.
--


DIEGO ROEL





















Vía Lucis

El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste,
para que pueda formar en mi mente letras desconocidas,
para que de mi boca salga un verbo nuevo,
una expresión más leve, una palabra que atraviese
los mares y las islas,
que resuene en los últimos términos de la tierra.
Sí, yo siempre estuve callada y guardé silencio.
Pero ahora Tu Voz en mí se expande y multiplica
como voces de mujer que está de parto,
como voces de mujer que está muriendo.
Ahora Tu Voz en mí se expande.
Cuando pase a través de las aguas del gran Río
no me anegarán sus corrientes.
Cuando salte en medio de las llamas
no me quemaré.
El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste.


Infancia

Desde niña escucho Tu Voz.
En el vientre de mi madre escuchaba los aullidos de los ángeles:
aullidos de mi voz que eran mi voz de nuevo aullando.
Nunca se ha cortado ese cordón umbilical.


Svicias

Yo no soy instruida:
sólo escribo lo que oigo y veo.
Hablo de un camino que se abre en el desierto,
de manantiales de agua en un país extranjero,
de un hombre con ojos de barro.
Hablo de Aquél que extendió los cielos
y fundó la tierra,
del que cumple siempre sus oráculos.
Sólo escribo lo que oigo y veo.

Carta a Gibert de Gembloux
Yo no puedo escribir como escriben los filósofos.
No soy docta. Sólo escribo lo que oigo y veo.
Mis palabras no están pulidas:
son como una llama centelleante,
son como nube movida en aire puro.
A veces veo una luz adentro de la luz
y de mi memoria es arrancada
toda tristeza y todo dolor:
hablo, respiro y me muevo como una niña.
Yo sólo digo lo que en los secretos celestes aprendí.



Diego Roel (Temperley, Buenos Aires, 1980), Vía Lucis. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2015.

--


HUGO ZONÁGLEZ






















Vampiro

Cuando caía el sol
nos gustaba jugar
a que yo era un vampiro
y ella
mi víctima predilecta
debía deja mi rastro
en su cuello blanco
tenía que acecharla
como un experto cazador nocturno
medir la temperatura del ambiente
rodear su perímetro
de tal manera
que no tuviera a dónde ir
la sed
el principal motor
en ese estado no-muerto
a la espera
de su caudaloso río rojo
aunque me gustaba más
cuando ella
me sorprendía durmiendo
una entrada tan sigilosa
como veloz
y me clavaba
sus enormes colmillos.

Dr. Jekyll / Mr. Hyde

Cuando la sombra más oscura
me alcanza
en el momento en que la noche
se despedaza como un gajo
y me permite entrar
me hace sentir
que soy parte
de su negrura
los rasgos
empiezan a marcarse
el tono de voz cambia
se hace fuerte
denso
y caigo en la única cuestión
¿hasta dónde seré capaz de llegar?


Guasón

Creo que estamos destinados
a hacer esto
una y otra vez
cada acción
a la que le impregno mi huella
es para llamar tu atención
quiero saber
quién sos
de una vez por todas
lograr que rompas las ataduras
que rigen tu oscura vida
ahora sólo mirame a los ojos
obviemos las ropas
en el fondo sabés
no somos distintos
¿qué haría yo sin vos
si simplemente me completás?
te necesito
como vos también a mí.



Pernocte

Le hablo
a un intercomunicador
pido una habitación
me pregunto
si los anónimos somos nosotros
o los que están del otro lado
por un buzón
aparece una llave con un número
caminamos por pasillos alfombrados
desodorante de ambiente
puertas blancas numeradas
todo parece estéril
quizás
la entrada a cualquier mundo
sea de esta manera
abro la puerta
con un pequeño empujón
las luces rojas
bañan cada mueble
la cama parece
una bolsa de cuero
rellena de agua
con cada movimiento
hace un sonido
como si también
tratara de devorarnos
los espejos partidos
divididos en lugares
que nunca hubiese imaginado
me siento como si fuera
Conan el Bárbaro
solo
encerrado en una cueva
con un monstruo intocable
que se desvanece
al querer atravesarlo con la espada
a lo mejor
debería romper los espejos
para que esta noche
no haya monstruos.

Hugo Zonáglez (Buenos Aires, 1985), Días perfectos. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2015.